Cda. Lev W.
La cuestión de Cataluña
es, sin duda, una de las más espinosas de la crisis política de España
en estos momentos. Sin embargo, aquélla es más antigua que esta; viene desde
tiempo atrás. Nuestro Partido considera necesario esclarecer a los trabajadores
esta cuestión para influir en su opinión política al respecto y alejarlos de
sus enemigos de clase, la burguesía, que los intenta envenenar de nacionalismo.
El nacionalismo es
fundamentalmente un principio antiproletario, es decir, contrario a los
intereses de los trabajadores. Es un principio que intenta sembrar la desunión
de los trabajadores de diferentes procedencias ante el capitalismo, para que la
burguesía pueda sustituir la útil y buena lucha de todos los trabajadores
contra ella, contra la clase explotadora que domina en todos los resquicios de
la sociedad, por la lucha entre trabajadores, por la lucha contra “los
extranjeros”.
El fascismo, que está siendo
aupado por la “fascistización” de la democracia burguesa, desarrolla el
principio nacionalista con el único fin de sembrar su veneno entre las clases
trabajadoras; de encaminar los estallidos de indignación de los obreros a la
lucha interna entre estos, por cuestiones de procedencia, para tranquilizar a
los explotadores de todo cariz.
De esto se concluye que ningún
nacionalismo, ya sea catalanista, como españolista, es un principio que vaya a
mejorar la situación de las masas trabajadoras, y menos aún un principio que
las vaya a emancipar; más bien es garantía de su opresión.
El problema nacional en Cataluña
tiene su base en el carácter plurinacional del Estado español. España, si ha
podido constituirse como un Estado-nación (es decir, un Estado representante de
una nación), se debe a que su burguesía ha ido homogeneizándose cada vez más,
pudiendo hablar esta clase social (que es la clase dominante en el capitalismo)
de un Estado representativo de todas las naciones de España. Pero esto para el
proletariado es irrelevante, pues su opresión por esos capitalistas homogéneos
es común en todas las nacionalidades del Estado español.
¿Entonces, cómo cabe hablar de
los movimientos nacionales? Veamos. Los movimientos nacionalistas parten de una
fracción de la pequeña burguesía o de la llamada burguesía nacional (es decir,
la parte de la clase burguesa que no depende del capital extranjero, siendo
cada vez menor su tamaño respecto a toda la clase de los capitalistas). Esto se
puede comprobar a lo largo del caso de nuestro análisis: Cataluña.
El análisis del reciente
movimiento nacional catalán debe partir de los tiempos de la II República
española y de la instauración de la república catalana. Hablamos del año 1931.
Ese año, Francesc Maciá, líder
del partido pequeñoburgués ERC, proclamó la república catalana, ante lo que el
gobierno central republicano respondió con conversaciones bilaterales con
motivo de transformar esa república catalana en un gobierno autonómico de la
Generalitat. Se aceptó en 1933, cuando los intentos por un gobierno federal
resultaron infructuosos, y esta situación prosiguió hasta 1936, cuando Lluis
Companys desarrolló junto a las instituciones del glorioso Frente Popular una
serie de procesos que deberían transformar a España en un gobierno federal.
Así, ese mismo año se proclamó la república catalana en el Estado federal
español. Y así fue hasta la victoria de la reacción burguesa y feudal,
encabezada por el fascismo terrateniente personalizado en Francisco Franco,
puente entre el partido fascista por antonomasia, Falange, y las fuerzas
feudales (como por ejemplo los requetés carlistas). El vehículo que portaba a
toda esta reacción, a todo este movimiento antirrevolucionario y antipopular,
era la Iglesia, dentro de la cuál se extendió la guerra civil española al
enfrentar a los pobretones curas de pueblo (que dejaron la palabrería para agarrar
las armas y luchar por el Frente Popular, siendo esta la fracción obviamente
minoritaria de la Iglesia) y a los religiosos consecuentemente oligárquicos.
Con todo, se llega a las negras
páginas de la historia reciente de España, al franquismo. Como era de esperar,
el franquismo sojuzgó a las naciones que componen España, negándoles cualquier
expresión de su identidad, como por ejemplo la negación del derecho a poder
enseñar y expresarse en la lengua madre de las nacionalidades de España. Veamos
qué decía Stalin acerca de esto:
“El
idioma es un instrumento de desarrollo y de lucha. Las diferentes naciones
tienen sus diferentes idiomas. El interés del proletariado de toda Rusia
demanda que los proletarios de todas las diferentes nacionalidades deban tener
todo el derecho para emplear el idioma en el que puedan educarse con más
facilidad, en el que puedan defenderse mejor de sus enemigos en reuniones o en
público, en el Estado o en otras instituciones. Ese idioma es su idioma
nativo.”
(Iósif Stalin; “La visión de la socialdemocracia sobre la cuestión
nacional”, 1904, en Selected Works, vol. I, Ed. Prism Key, 2013, p. 35).
Obviamente, también el franquismo
consideraba que “España era indivisible”, de forma que negaban el derecho de
autodeterminación de los pueblos. Esto marcaba la dominación de un poder
central que al principio se fundamentaba en el sojuzgamiento de los derechos
democrático-burgueses de todas las capas sociales de las nacionalidades que
componen España.
Conforme esta dominación se
extendió en el tiempo, la alianza entre las capas burguesas de todas las
naciones de España se hizo más palpable, desapareciendo la burguesía nacional
de cada una de ellas, conforme el capitalismo se fue desarrollando.
El revivir del movimiento
nacional en el período de la transición a la monarquía parlamentaria (cuya
inconsecuencia es fruto de la dirección burguesa del movimiento
democrático-burgués[1])
se saldó con una decisión insolvente; el sistema de Comunidades Autónomas, que
no respondía a las necesidades de las plurinacionales masas laboriosas de
España ni reconocía su derecho de autodeterminación; de libre unión y
separación del Estado.
En la transición, el problema
catalán y del gobierno autonómico se puede referir con un nombre propio: Jordi
Pujol (sí, el grandísimo corrupto al que la justicia capitalista no se atreve a
encarcelar). Este señor funda en 1974 el partido político “Convergència
Democràtica de Catalunya” (CDC), que en 1978 se une a los religiosos “Unión
Democrática de Cataluña” (UDC) para formar el partido “Convergència i Unió”
(CiU), que gobernó la Generalitat catalana entre 1978 y 2003, y entre 2010 y
2015.
El primer período, de lacayismo
hacia el gobierno central, se recondujo en el segundo período, 2010-2015, con
una “apuesta por la independencia”, que no es casual que surgiese como válvula
de escape al descontento popular ocasionado por la crisis de 2008; es decir,
que sirviese para embaucar a las masas populares catalanas con una
“escapatoria” a sus penurias que los haría luchar por seguir manteniendo el
sistema capitalista en Catalunya.
Recientemente hemos comprobado
los conflictos entre la pequeña burguesía federalista, la “Candidatura d’Unitat
Popular” (CUP), que pretende reformar el capitalismo en un contexto de un Estado-nación
catalán, y entre los partidos de la gran burguesía, que han sido empujados a
posar a independentistas y a defensores del derecho de autodeterminación de los
pueblos por la marcha de los acontecimientos, pero que los manipulan de tal
modo que esto se reduce al “tira y afloja” estéril entre fuerzas de una clase
social explotadora y cohesionada.
Actúan de forma que todo
permanece igual mientras se mira a las masas y se les dice “no podemos hacer
más, volvamos al principio”. Todo esto refleja tres cosas; a) Que a la
burguesía catalana y española, que es la misma, no le interesa la independencia
pero necesita que el proceso se prolongue para despistar a las masas
trabajadoras y enemistarlas por cuestiones nacionales; b) Que tanto la
pequeña burguesía se da cuenta de esto y está intentando tomar la delantera en
el proceso de manera infructuosa (CUP); c) Que el proletariado está
marchando de forma inconsciente en los acontecimientos, siendo su fuerza
principal pero manipulado por los partidos burgueses y pequeñoburgueses.
El actual movimiento nacional de
Cataluña parte de la pequeña burguesía, cuya fracción más “radical” se
representa en la “CUP”. La pequeña burguesía catalana se encuentra engañada por
una burguesía española (ya hemos visto que la gran burguesía es un todo
homogéneo en España), que dirige el proceso hacia un constante “tira y afloja”
con el Estado español, sin conducir a nada más. Si se da un paso adelante, como
las elecciones del 9N, se dan dos pasos atrás y se vuelve al punto de partida de
todo el problema. Y así sucesivamente.
No cabe extrañarse ante el hecho
de que la burguesía sea completamente incapaz de dirigir cualquier intento
democrático-burgués, como sería la aceptación del principio de
autodeterminación de las masas laboriosas, de los pueblos, para las naciones
que componen el Estado español. La única clase que puede dirigir este proceso y
no estancarse en el mismo es el proletariado, la clase obrera. Pero a esta
clase no le interesa tanto luchar separada en naciones, desligada del
proletariado del resto de éstas, sino luchar por el internacionalismo
proletario. Y esto, en la cuestión catalana, significa unirse a los obreros del
resto del Estado para luchar contra su enemigo común, que no es tanto el
centralismo autonómico como la burguesía, sea esta centralista, federalista, o
como quiera.
De hecho, los datos de opinión
acerca de la independencia de Cataluña arrojan que la preocupación de la
absoluta mayoría de personas se encuentra en la precariedad laboral, síntoma de
la explotación capitalista. Estas personas se corresponden con las masas
populares, y queda reflejado que estas votan por la independencia catalana sólo
en tanto que perdura el engaño burgués y pequeñoburgués de que van a mejorar su
situación laboral manteniendo el capitalismo en un Estado con otro nombre.
Ahora bien, en un plano
hipotético, si los continuos “tira y afloja” en el problema catalán acaban
crispando a las masas y se producen altercados revolucionarios, huelgas masivas
contra el gobierno central, etc. destinadas a obtener la autodeterminación de las masas laboriosas de Cataluña, es
decir, el Estado Obrero catalán; nuestro
deber consistiría en apoyar esas revueltas para que triunfase la dictadura del
proletariado en Cataluña y luchar por expandirla al resto del Estado español. Mas
mientras esto no ocurra, mientras permanezca casi impredecible, nuestra labor
consiste en agitar en pos de la unidad internacionalista del proletariado en su
lucha contra el mal común; la explotación capitalista.
Para acabar, queremos constatar
que la palabrería vertida en tanto a la cuestión de la permanencia de una
Cataluña independiente en la Unión Europea se ha saldado con la respuesta
negativa de la burguesía europea, que prefiere que los capitalistas españoles
dejen de jugar con fuego posando a la independencia y al conflicto intra-burgués,
catalano-español.
[1]“Según esta teoría [el axioma del marxismo en
relación a la revolución democrática –
E.O.], actúan contra el viejo régimen, contra la autocracia, el feudalismo y la
servidumbre 1) la gran burguesía liberal; 2) la pequeña burguesía radical; 3)
el proletariado. La primera no lucha más que por una monarquía constitucional;
la segunda, por una república democrática, y el tercero por una revolución
socialista. La confusión de la lucha pequeñoburguesa a favor de la revolución
democrática completa con la lucha proletaria a favor de la revolución
socialista amenaza a un socialista con el hundimiento político. Esta
advertencia de Marx es completamente justa.” (Vladimir
Lenin, “Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática”,
1905).
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