sábado, 4 de marzo de 2017

El problema de Cataluña y la Cuestión Nacional

Cda. Lev W.

La cuestión de Cataluña es, sin duda, una de las más espinosas de la crisis política de España en estos momentos. Sin embargo, aquélla es más antigua que esta; viene desde tiempo atrás. Nuestro Partido considera necesario esclarecer a los trabajadores esta cuestión para influir en su opinión política al respecto y alejarlos de sus enemigos de clase, la burguesía, que los intenta envenenar de nacionalismo.

El nacionalismo es fundamentalmente un principio antiproletario, es decir, contrario a los intereses de los trabajadores. Es un principio que intenta sembrar la desunión de los trabajadores de diferentes procedencias ante el capitalismo, para que la burguesía pueda sustituir la útil y buena lucha de todos los trabajadores contra ella, contra la clase explotadora que domina en todos los resquicios de la sociedad, por la lucha entre trabajadores, por la lucha contra “los extranjeros”.

El fascismo, que está siendo aupado por la “fascistización” de la democracia burguesa, desarrolla el principio nacionalista con el único fin de sembrar su veneno entre las clases trabajadoras; de encaminar los estallidos de indignación de los obreros a la lucha interna entre estos, por cuestiones de procedencia, para tranquilizar a los explotadores de todo cariz.

De esto se concluye que ningún nacionalismo, ya sea catalanista, como españolista, es un principio que vaya a mejorar la situación de las masas trabajadoras, y menos aún un principio que las vaya a emancipar; más bien es garantía de su opresión.

El problema nacional en Cataluña tiene su base en el carácter plurinacional del Estado español. España, si ha podido constituirse como un Estado-nación (es decir, un Estado representante de una nación), se debe a que su burguesía ha ido homogeneizándose cada vez más, pudiendo hablar esta clase social (que es la clase dominante en el capitalismo) de un Estado representativo de todas las naciones de España. Pero esto para el proletariado es irrelevante, pues su opresión por esos capitalistas homogéneos es común en todas las nacionalidades del Estado español.

¿Entonces, cómo cabe hablar de los movimientos nacionales? Veamos. Los movimientos nacionalistas parten de una fracción de la pequeña burguesía o de la llamada burguesía nacional (es decir, la parte de la clase burguesa que no depende del capital extranjero, siendo cada vez menor su tamaño respecto a toda la clase de los capitalistas). Esto se puede comprobar a lo largo del caso de nuestro análisis: Cataluña.

El análisis del reciente movimiento nacional catalán debe partir de los tiempos de la II República española y de la instauración de la república catalana. Hablamos del año 1931.

Ese año, Francesc Maciá, líder del partido pequeñoburgués ERC, proclamó la república catalana, ante lo que el gobierno central republicano respondió con conversaciones bilaterales con motivo de transformar esa república catalana en un gobierno autonómico de la Generalitat. Se aceptó en 1933, cuando los intentos por un gobierno federal resultaron infructuosos, y esta situación prosiguió hasta 1936, cuando Lluis Companys desarrolló junto a las instituciones del glorioso Frente Popular una serie de procesos que deberían transformar a España en un gobierno federal. Así, ese mismo año se proclamó la república catalana en el Estado federal español. Y así fue hasta la victoria de la reacción burguesa y feudal, encabezada por el fascismo terrateniente personalizado en Francisco Franco, puente entre el partido fascista por antonomasia, Falange, y las fuerzas feudales (como por ejemplo los requetés carlistas). El vehículo que portaba a toda esta reacción, a todo este movimiento antirrevolucionario y antipopular, era la Iglesia, dentro de la cuál se extendió la guerra civil española al enfrentar a los pobretones curas de pueblo (que dejaron la palabrería para agarrar las armas y luchar por el Frente Popular, siendo esta la fracción obviamente minoritaria de la Iglesia) y a los religiosos consecuentemente oligárquicos.

Con todo, se llega a las negras páginas de la historia reciente de España, al franquismo. Como era de esperar, el franquismo sojuzgó a las naciones que componen España, negándoles cualquier expresión de su identidad, como por ejemplo la negación del derecho a poder enseñar y expresarse en la lengua madre de las nacionalidades de España. Veamos qué decía Stalin acerca de esto:

“El idioma es un instrumento de desarrollo y de lucha. Las diferentes naciones tienen sus diferentes idiomas. El interés del proletariado de toda Rusia demanda que los proletarios de todas las diferentes nacionalidades deban tener todo el derecho para emplear el idioma en el que puedan educarse con más facilidad, en el que puedan defenderse mejor de sus enemigos en reuniones o en público, en el Estado o en otras instituciones. Ese idioma es su idioma nativo.” (Iósif Stalin; “La visión de la socialdemocracia sobre la cuestión nacional”, 1904, en Selected Works, vol. I, Ed. Prism Key, 2013, p. 35).

Obviamente, también el franquismo consideraba que “España era indivisible”, de forma que negaban el derecho de autodeterminación de los pueblos. Esto marcaba la dominación de un poder central que al principio se fundamentaba en el sojuzgamiento de los derechos democrático-burgueses de todas las capas sociales de las nacionalidades que componen España.

Conforme esta dominación se extendió en el tiempo, la alianza entre las capas burguesas de todas las naciones de España se hizo más palpable, desapareciendo la burguesía nacional de cada una de ellas, conforme el capitalismo se fue desarrollando.

El revivir del movimiento nacional en el período de la transición a la monarquía parlamentaria (cuya inconsecuencia es fruto de la dirección burguesa del movimiento democrático-burgués[1]) se saldó con una decisión insolvente; el sistema de Comunidades Autónomas, que no respondía a las necesidades de las plurinacionales masas laboriosas de España ni reconocía su derecho de autodeterminación; de libre unión y separación del Estado.

En la transición, el problema catalán y del gobierno autonómico se puede referir con un nombre propio: Jordi Pujol (sí, el grandísimo corrupto al que la justicia capitalista no se atreve a encarcelar). Este señor funda en 1974 el partido político “Convergència Democràtica de Catalunya” (CDC), que en 1978 se une a los religiosos “Unión Democrática de Cataluña” (UDC) para formar el partido “Convergència i Unió” (CiU), que gobernó la Generalitat catalana entre 1978 y 2003, y entre 2010 y 2015.

El primer período, de lacayismo hacia el gobierno central, se recondujo en el segundo período, 2010-2015, con una “apuesta por la independencia”, que no es casual que surgiese como válvula de escape al descontento popular ocasionado por la crisis de 2008; es decir, que sirviese para embaucar a las masas populares catalanas con una “escapatoria” a sus penurias que los haría luchar por seguir manteniendo el sistema capitalista en Catalunya.

Recientemente hemos comprobado los conflictos entre la pequeña burguesía federalista, la “Candidatura d’Unitat Popular” (CUP), que pretende reformar el capitalismo en un contexto de un Estado-nación catalán, y entre los partidos de la gran burguesía, que han sido empujados a posar a independentistas y a defensores del derecho de autodeterminación de los pueblos por la marcha de los acontecimientos, pero que los manipulan de tal modo que esto se reduce al “tira y afloja” estéril entre fuerzas de una clase social explotadora y cohesionada.

Actúan de forma que todo permanece igual mientras se mira a las masas y se les dice “no podemos hacer más, volvamos al principio”. Todo esto refleja tres cosas; a) Que a la burguesía catalana y española, que es la misma, no le interesa la independencia pero necesita que el proceso se prolongue para despistar a las masas trabajadoras y enemistarlas por cuestiones nacionales; b) Que tanto la pequeña burguesía se da cuenta de esto y está intentando tomar la delantera en el proceso de manera infructuosa (CUP); c) Que el proletariado está marchando de forma inconsciente en los acontecimientos, siendo su fuerza principal pero manipulado por los partidos burgueses y pequeñoburgueses.

El actual movimiento nacional de Cataluña parte de la pequeña burguesía, cuya fracción más “radical” se representa en la “CUP”. La pequeña burguesía catalana se encuentra engañada por una burguesía española (ya hemos visto que la gran burguesía es un todo homogéneo en España), que dirige el proceso hacia un constante “tira y afloja” con el Estado español, sin conducir a nada más. Si se da un paso adelante, como las elecciones del 9N, se dan dos pasos atrás y se vuelve al punto de partida de todo el problema. Y así sucesivamente.

No cabe extrañarse ante el hecho de que la burguesía sea completamente incapaz de dirigir cualquier intento democrático-burgués, como sería la aceptación del principio de autodeterminación de las masas laboriosas, de los pueblos, para las naciones que componen el Estado español. La única clase que puede dirigir este proceso y no estancarse en el mismo es el proletariado, la clase obrera. Pero a esta clase no le interesa tanto luchar separada en naciones, desligada del proletariado del resto de éstas, sino luchar por el internacionalismo proletario. Y esto, en la cuestión catalana, significa unirse a los obreros del resto del Estado para luchar contra su enemigo común, que no es tanto el centralismo autonómico como la burguesía, sea esta centralista, federalista, o como quiera.

De hecho, los datos de opinión acerca de la independencia de Cataluña arrojan que la preocupación de la absoluta mayoría de personas se encuentra en la precariedad laboral, síntoma de la explotación capitalista. Estas personas se corresponden con las masas populares, y queda reflejado que estas votan por la independencia catalana sólo en tanto que perdura el engaño burgués y pequeñoburgués de que van a mejorar su situación laboral manteniendo el capitalismo en un Estado con otro nombre.

Ahora bien, en un plano hipotético, si los continuos “tira y afloja” en el problema catalán acaban crispando a las masas y se producen altercados revolucionarios, huelgas masivas contra el gobierno central, etc. destinadas a obtener la autodeterminación de las masas laboriosas de Cataluña, es decir, el Estado Obrero catalán; nuestro deber consistiría en apoyar esas revueltas para que triunfase la dictadura del proletariado en Cataluña y luchar por expandirla al resto del Estado español. Mas mientras esto no ocurra, mientras permanezca casi impredecible, nuestra labor consiste en agitar en pos de la unidad internacionalista del proletariado en su lucha contra el mal común; la explotación capitalista.

Para acabar, queremos constatar que la palabrería vertida en tanto a la cuestión de la permanencia de una Cataluña independiente en la Unión Europea se ha saldado con la respuesta negativa de la burguesía europea, que prefiere que los capitalistas españoles dejen de jugar con fuego posando a la independencia y al conflicto intra-burgués, catalano-español.






[1]“Según esta teoría [el axioma del marxismo en relación a la revolución democrática – E.O.], actúan contra el viejo régimen, contra la autocracia, el feudalismo y la servidumbre 1) la gran burguesía liberal; 2) la pequeña burguesía radical; 3) el proletariado. La primera no lucha más que por una monarquía constitucional; la segunda, por una república democrática, y el tercero por una revolución socialista. La confusión de la lucha pequeñoburguesa a favor de la revolución democrática completa con la lucha proletaria a favor de la revolución socialista amenaza a un socialista con el hundimiento político. Esta advertencia de Marx es completamente justa.” (Vladimir Lenin, “Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática”, 1905).

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